Espacios habitables
Nieves Pascual (Universidad de Jaén) / Alejandro Pascual (Arquitecto), 2005
Catálogo de la exposición “Habitaciones sin número” de Rossana Zaera
“La obra de Rossana Zaera es una alegoría del dolor. Abandona las imágenes apocalípticas y las metáforas automáticas de la posesión y el exorcismo, el naufragio, la batalla o la invasión. Prescinde de las figuras humanas a favor de otros atributos literales de su sustancia, menores. El dolor se esconde en una cama, un escalpelo o un árbol, que se repiten para hacerlo tangible, revivirlo y derrotar el temor que inspira. La repetición genera orden pero advierte de que el dolor persiste, que no se ha terminado de sufrir, que el cuerpo sigue roto y no hay olvido.
(…)
“La memoria (es) como una habitación” dice Paul Auster (123). Para Zaera el dolor, crónico, adquiere la forma de un espacio de muerte y de iniciación al mismo tiempo. Si durante el sufrimiento nuestros sentidos se cierran al mundo y desaparecemos, también por medio del dolor, como asegura Cioran, expandimos nuestras conciencias y garantizamos la razón de nuestras existencias. El dolor nos mantiene vivos en tanto en cuanto que “mientras gozamos de buena salud no existimos” (111).
(…)
En “Habitaciones sin número” el mueble es la única presencia. Camas envejecidas y desmembradas, sensibles al dolor, en las que ya no descansa nadie, se hacinan en espacios claustrofóbicos o yacen en vacíos interminables donde los únicos límites son los del papel. En una de las imágenes una procesión de camas moribundas peregrina sin hacer ruido por una bifurcación que muere en un sendero estrecho y ridículo porque no va a ningún sitio. Las camas son negras y parecen haber sido quemadas en una hoguera. Escribía Kandinsky: “El negro es algo apagado como una hoguera quemada; algo inmóvil como un cadáver, insensible a los acontecimientos e indiferente. Es como el silencio de un cuerpo tras la muerte, el final de la vida. Exteriormente, es el color más insonoro, sobre el que cualquier color, incluso el de resonancia más débil, suena con fuerza y precisión” (en Revilla 291). Camas enfermas y sus fantasmas, sus almas, también giran en círculo sin contacto con el suelo en otra imagen. Pero “la espiral”, dice Bourgeois, “es un intento de controlar el caos” (220), de amputar el exceso y restablecer el orden. En otra imagen Zaera amplía el espacio habitable al de una noche de estrellas donde una gran luz sirve como referencia de orientación y símbolo de resurrección. El dolor es un destello que entre ideas engañosas e ilusiones ópticas conduce a las formas de la verdad. Una luz que penetra por una ventana ilumina otra pintura. La luz calienta la habitación, que se vuelve sana, cómoda, sólida, tranquila y segura. Indica una revelación salvadora que transforma a quien sufre o a quien vive ese espacio.”